jueves, 17 de abril de 2008

LA MOMIA (1932) De Karl Freund


“Estamos vivos. Viviremos otra vez. De variadas formas volveremos”

De nuevo Karloff y de nuevo otro de esos grandes papeles que le convirtieron en el actor más famoso del terror clásico. Su éxito como el monstruo de Frankenstein propició la firma de un contrato de siete años con la Universal, que en esta ocasión adaptó, renovó e inmortalizó en cine el mito de la momia. Karl Freund, llegado a la Universal desde el expresionismo alemán y director de fotografía de “Drácula” se encargó de la dirección. Los antecedentes literarios sobre este asunto eran más bien escasos reduciéndose a un par de cuentos de autores de gran prestigio como “Lote nº 249” de Conan Doyle o la “Breve discusión con una momia” de Poe. La egiptología y el descubrimiento de vestigios arqueológicos de hace más de 3.000 años, era un tema candente en la época del rodaje de la película, entre otras cosas por el descubrimiento diez años antes de la tumba de Tutankhamon. La popularidad de esta temática y lo sugerente de su leyenda,incluyendo maldiciones que perseguían a los que se atrevían a perturbar el descanso de los faraones (algo que aprovecharon las revistas "pulp" de entonces), fueron el caldo de cultivo para que la Universal diera vida a un nuevo monstruo icónico del horror cinematográfico.

Y para no variar, nos encontramos con un monstruo trágico y profundamente humanizado. Karloff es In-Ho-Tep, cuya momia es resucitada en 1921 por el descuido de uno de sus descubridores. El joven, intentando descifrar el pergamino hallado en el sepulcro, recita el conjuro necesario para devolverle la vida al difunto milenario en una escena de gran sobriedad pero que provoca una gran inquietud aún hoy. Karloff, con un perfecto maquillaje una vez más a cargo del mago Jack Pierce, abre los ojos y deja solo el rastro de polvo y vendas en el lugar donde antes reposaba su cuerpo. Pasan unos diez años y encontramos a la momia convertido en el maligno sacerdote Ardan Bey, dispuesto a todo por encontrar la tumba de la princesa Anck-es-en-Amon, y hacerla resucitar a través de la bella Helen, hija del gobernador de Sudán y reencarnación de la propia Anck-es-es-Amon.

Esta búsqueda es debida al amor eterno que Im-Ho-Tep siempre ha sentido por ella y que fue la causa de que lo enterraran vivo en el antiguo egipto, un castigo por haber robado el pergamino de Thoth que devolvería la vida a su amada. “Nadie ha sufrido lo que yo sufrí por ti” le dice a Helen en la época actual. Y aunque Helen muestra síntomas de ser realmente la reencarnación de la princesa egípcia (en una escena comienza a hablar el idioma antiguo de la tierra de las pirámides), rechazará al hombre que ha sufrido tormento durante 3.700 años para echarse en los brazos de un petimetre. Sus motivos son tan comprensibles para el público como los del monstruo de Frankenstein y la simpatía que provoca también es pareja.

Sin embargo, como dice Helen al final: “Lo siento, pero tu lugar está entre los muertos”, epílogo que nos recuerda el de “La Novia de Frankenstein”. De nuevo el monstruo es más una amenaza para sí mismo que para los demás.

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